sábado, 13 de octubre de 2012

Un año más tarde, tras tantas cosas pasadas, vuelvo al mismo lugar de siempre. Siempre vuelvo, año tras año.
Otoño, té, música y pensamientos inquietos y confusos.
¿La diferencia? El arrepentimiento.
Creo que nunca me arrepentí de nada, o al menos de nada importante. Es una sensación extraña, el no saber si hice bien, el no tener ya claros todos los motivos, el ver que el tren pasó y yo sigo aquí.
Sé que el fin es claro, pero cada día lo veo más lejano.
Yo, que siempre quise vivir el día a día, el carpe diem, el no pensar en un futuro lejano... Esa vez no lo cumplí, y lo que conseguí fue esta sensación y este sentimiento de no saber por qué aún sigo aquí, igual que todos los años, cuando tuve la oportunidad en mi mano de cambiar, sabiendo que era algo que quería desde hace tanto tiempo...
Yo, que siempre me quejo de la rutina, de la monotonía, de no querer atarme a algo incierto y a planes que en un abrir y cerrar de ojos desaparecen sin más.
¿Esto es lo que se consigue al proponerse metas ambiciosas? ¿Esto es lo que se consigue en el camino para cumplir un sueño?
En el fondo sé que es lo que quiero, pero los momento de flaqueza me queman por dentro. Los escalones que debo superar para llegar a la cima se me hacen pesados y, a veces, demasiado altos.

Lo que peor llevo es, sin duda, el saber que ya no puedo hacer nada, que tengo que seguir adelante con mis decisiones a la espalda, sin más.

Vuelvo al otoño y a la vida de siempre, pero creo que con menos ilusión que nunca.